Estos indios en general tuvieron un espíritu religioso
difícilmente modificable, con seguridad la escala de sus dioses fue desde el
Sol y la Luna hasta los dioses del agua y otros más que generaban gratitud en
su labor agrícola como el “dios del maíz” característico en todos los pueblos
que cultivaron esta planta.
La fe religiosa ligada a la naturaleza del agua y las
montañas sin duda formaron parte de sus mitos y sentimientos al extremo de que
ni aun el sacrificio de la vida impedía en ocasiones su visita clandestina a
los santuarios.
En 1601 cuando el visitador Don Antonio Beltrán de Guevara,
Corregidor de Tunja, indagaba "si
hacen juntas y borracheras para llamar a sus dioses y diablos y si tienen
santuarios, tunjos y plumerías y lugares donde ofrecen al demonio que ellos
tienen por dios o dioses oro, mantas y otras cosas", los indios
siempre respondieron negando que tuvieran adoratorios ocultos; pero los
encomenderos siempre opinaban lo contrario afirmando que sí los tenían, pero que el demonio les manda por su interés
no confesallos.
Específicamente en la Cucutilla de hoy, las piedras grabadas
o petroglifos que existen en la actual vereda de Caracolí y Pedregal Alto evidencian
la admiración de estos indios por el sol, según se puede interpretar de una
figura sobre piedra. Ahora bien; al parecer el uso de las cuevas fue
alternativa de adoratorio o santuarios, como bien podría deducirse de la piedra
grande que se halla en la llamada “La Cueva del Indio” donde existen unos
petroglifos que no se distinguen con facilidad pero representan figuras raras,
la cual deja una cavidad de varios metros permitiendo un espacio perfecto para
reunir algunas personas.
Infortunadamente estas piedras grabadas han sido totalmente
ignoradas por los cucutillenses, el único interés que se ha demostrado es a
través de unas fotografías que se tomaron para la casa de la cultura, pero
igual se conservan sin mucha motivación, sin sentir y despertar el verdadero
valor religioso que con seguridad representó para nuestros ancestros.
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