sábado, 23 de marzo de 2019

Actividad económica


La actividad principal era el cultivo de la tierra; el maíz constituía el centro de su actividad económica, aunque también cultivaban yuca, papas, batatas, raíces de apio, frijoles; entre las frutas cultivaban aguacates, guayabas, piñas, guamas; como animales mantenían paujiles, la pava, papagayos, guacamayas, curíes, venados y conejos.  También disfrutaban de la miel de abejas criadas en los árboles.

En las labores del cultivo, el hombre preparaba el terreno y la mujer realizaba la siembra y cuidaba de la sementera, pues el hombre debía atender otras cosas como la caza, la pesca, la construcción y ocasiones la guerra.

Vale acá la oportunidad para insertar un pequeño documento reconstructivo del pasado prehispánico de estos pueblos, del historiador Silvano Pabón Villamizar, abstraído de información etnográfica de primera mano, como la Crónica de Indias, fuentes documentales primarias, interpretaciones e inferencias a pueblos referentes como los muiscas, sus parientes más cercanos. En él se puede presentir una imagen y vivencias, casi poéticas, de una formación y armonía entre los seres humanos, la vida y la naturaleza; documento importante conocer como legado de esos nuestros ancestros, los Chitareros:

¡Fecundad la tierra como a vuestras mujeres! 

“Los chitareros, prehispánicos pobladores de "Sierras Nevadas" o montañas andinas nororientales, tenían, como sus parientes del Altiplano (los muiscas), el mito de la "fecundidad y la siembra", elemento que les permitía mediante su actualización ritual el establecimiento de una relación mágico-religiosa con la "Madre-Tierra".
Así, en un filial respeto con la Naturaleza este hombre advertía su papel como agente portador de la semilla que engendraría la vida en el seno de la madre.  La interioridad de la mujer y las entrañas de la tierra fueron sentidas como una misma realidad con respecto a la vida, la procreación, los frutos que garantizaban la subsistencia. 
La tierra como la mujer, se preñaban para que diera fruto. El acto de la cópula y agricultura como faena comunitaria recreaba sus orígenes, hacía carne y fruto su racionalidad terrena y cosmogónica, fortalecía la vida y garantizaba la unidad social y supervivencia del pueblo.
Las comunidades chitareras dispersas a lo largo de los intrincados valles de la Cordillera Oriental, solían en tiempos prehispánicos reunirse a manera de "minga" para hacer sus "rozas" (huertas) para la siembra de sus "turmas de la tierra" (papa) y maíz, sus principales sementeras.
Aunque materialmente lo que interesaba era la siembra, en realidad estas prácticas permitieron la verificación de un gran ritual, la actualización del mito de la fecundidad, racionalidad profunda de la vida.
Cuatro días duraba la fiesta. Hombres, mujeres, jóvenes y adolescentes, "pobres y ricos", todos participaban.  Mientras se trabajaba la tierra se tomaba chicha en grandes cantidades, se comía abundantemente todo lo disponible (aportado por todos).  A fin de cuentas la madre tierra lo provee; incluso se comía venado, de vedada caza y privilegio de caciques, mohanes e indios principales.
En lo más álgido del proceso integrador comunitario, se estaba en armonía con la mujer y sus formas, las que se hacen volubles como la naturaleza que es tierra.. Esta última sobre todo despierta en este hombre merecida y profunda espiritualidad como correspondencia. Mujer y tierra acuden en un mismo acto en la fecundación. Entre cánticos y la sublimidad del placer, el amor y la libido compartida sin reparos ni ataduras conyugales, los hombres amaban a sus mujeres y las tomaban y abrigaban entre los surcos, entre la tierra, sobre las semillas, sobre los campos que habrían de tapar y alimentar los frutos.  Es esa la obligación y función de los hombres, enseminar lo fértil. Las mujeres han recordado la tierra, por la fertilidad de sus entrañas. Sus hijos brotarán de ellas como los maíces para la chicha y las papas del alimento diario.
Complementa este cuadro el profundo y místico sentimiento que el indígena guarda al agua, elemento de la misma tierra, símbolo de misterio y sobrenatural poder, especialmente en los taciturnos paisajes paramunos de grandes lagunas, muy comunes en estas latitudes. 
El agua, elemento también fecundante de la vida, era identificada como la madre de la agricultura, puesto que bajo sus auspicios reverdecían los campos y frutos, manaban las flores y abundaban las cosechas.  De hecho, si bien se concebía como imprescindible la misión fecundadora del hombre como materialización de género, en realidad se era consciente que la Madre-Tierra lo hacía todo, pues ella contiene el agua.
Así, el contenido y significado social de este ritual es amplísimo. En él se materializa una equitativa redistribución de excedentes. Se reivindica el carácter de homogeneidad étnica estrechando los lazos de unidad entre amigos y parientes, permitiendo de paso, una mejor composición genética en grupos humanos muy cerrados o aislados”

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